Me preguntaba, en un
diálogo intrapersonal silencioso, por qué cuesta tanto “tomar la palabra” y establecer así relaciones más sanas,
constructivas y enriquecedoras. Creo que la raíz de este problema viene de una
cuestión principalmente emocional. Y le daré supremacía a una de las emociones
más primitivas: el miedo.
El miedo tiene una
connotación negativa socialmente, ya que se cree erróneamente que es malo
sentir o tener miedo. Esta equivocación nos puede costar caro ya que si no tuviéramos
el registro de esa emoción ¡qué sería de nuestra vida!. De hecho, hoy vemos
espantados lo que provoca en tantos jóvenes que consumen drogas, la ausencia
del miedo.
El miedo es parte de
nuestro sistema emocional y tiene una función esencial: alertarnos del peligro.
Cuando lo sentimos, se pone en movimiento todo un sistema de componentes
químicos que, desde el cerebro, nos van
preparando para la defensa o la huída con sustancias como la adrenalina o el cortisol.
Ahora bien, cuando de
niños pasamos por experiencias que nos provocaron temor, esas experiencias se
almacenaron en nuestro cerebro. Más tarde, al enfrentar esas mismas
circunstancias, logramos eliminar algunas como señales de intenso peligro y otras quedaron tan profundamente arraigadas que no las podemos
borrar.
Entonces, ante situaciones
que nos provocan esa misma sensación de peligro, aunque no lo sean racionalmente, reaccionamos con conductas infantiles, aún
siendo adultos.
Actitudes como pedir
perdón, pedir un favor, comunicar algo importante o, hasta declararse por
mensaje de texto, evidencian la presencia del miedo y la incapacidad de
resolverlo.
Estamos ante la presencia
de una sociedad que, aparentemente, no tiene miedo; los chicos no tienen miedo
a los aplazos, al enojo de los padres, a perder la confianza de los seres
queridos, a las enfermedades, a la muerte, etc. Creo que en realidad, pasa todo lo
contrario, se ha perdido la capacidad de enfrentar el miedo, entonces se lo
niega. Hacemos como si no existiera, lo que hace que éste crezca
desmesuradamente. Por eso hay tanta gente con ataques de pánico.
Empecemos a poner en palabras lo que nos pasa, hablemos en familia de la importancia del miedo, no
impidamos a nuestros hijos las frustraciones ya que éstas son las únicas que
los ayudarán a madurar y a valerse por sí mismos.
Por último, no le tengamos
miedo al miedo.
“El amor ahuyenta el miedo y,
recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa;
también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y
sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del
hombre la humanidad misma.”
Aldous Huxley (1894-1963) Novelista, ensayista y poeta
inglés.
1 comentario:
Dice por ahí alguien que el miedo es generado por el pensamiento. No hablamos aquí del miedo físico o biológico sino del miedo psicológico, el más complejo de todos. ¿Qué es el pensar? ¿Quién o qué piensa?
La palabra "miedo" además no tiene mucha justeza: en lo personal, en tres ocasiones he tenido el miedo más grande del mundo y sin embargo en las tres ocasiones el miedo fue algo completamente distinto. "La palabra no es el hecho". En cierto punto la palabra es pensamiento y el pensamiento es palabra: ¿puede la palabra abordar el miedo? ¿Qué es el miedo cuando no es algo químico?
¡Beso grande!
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