En esta época de inicio de clases es
fundamental que reflexionemos sobre este tema ya que es una buena oportunidad
de reestablecer la disciplina en nuestro hogar.
Los padres sabemos por experiencia que la disciplina que supieron
ejercer en nosotros nuestros educadores, padres y docentes, tuvo su fruto en
hacernos libres y responsables. El problema es que ahora confundimos las cosas
o los conceptos, confundimos disciplina con autoritarismo y así dejamos a
nuestros hijos a su libre albedrío, privándolos de la herramienta fundamental
para alcanzar el éxito: la responsabilidad.
La responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades,
expresadas o no, propias o ajenas. Ser «responsable» significa estar listo y
dispuesto a «responder».
Disciplinar implica crear hábitos saludables en pos de objetivos no
inmediatos, significa educar la voluntad, postergar el goce efímero e inmediato por la satisfacción tardía pero
duradera. Y si hablamos de educar estamos hablando de amar.
El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo
que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor.
Erich fromm en El arte de amar
Los padres debemos retomar el timón en la vida de nuestros hijos y
aceptar que estarán en desacuerdo en un montón de normas, pero a sabiendas de
que ellos no tienen por qué estar de acuerdo con lo que nos compete a nosotros
los adultos: poner límites.
Si ya experimentaron que el mal uso de su tiempo los condujo a tener
que rendir materias con el consiguiente riesgo de quedar de curso o de no poder
disfrutar las vacaciones, ahora es tiempo de hacerlos reflexionar que la
libertad implica responsabilidad.
Y nosotros como padres debemos establecer reglas y acuerdos sobre cómo
aprovechar al máximo el tiempo que perdieron ( y que perdimos) para poder
sortear este obstáculo.
Es importantísimo poder hablar con nuestros hijos acerca de las causas
que generaron estas consecuencias. Para ello primero tenemos que sincerarnos
con nosotros mismos y asumir nuestra cuota de responsabilidad en sus tropiezos.
Si su compañero o compañera aprobó todas las materias no es porque sea más
inteligente o porque haya tenido más suerte; seguramente que detrás de ese
alumno hubo una disciplina impuesta desde el hogar.
Sé por experiencia propia que es difícil “remar contra la corriente”
con esta nueva generación de niños y adolescentes que quieren hacer “lo que se les dé la
gana”. Pero por más duro que sea el camino, los conduce a puerto seguro. Si nos
rendimos ante sus pretenciones y los dejamos que nos manipulen con argumento
burdos, estamos cometiendo el peor de los pecados que un padre o una madre
puede cometer: abandonarlos a su suerte.
Como docente conozco muchos padres que abandonaron la lucha y vienen a
la escuela con una frase muy triste y drástica:”no sé qué hacer con mi hijo”.
Como madre también viví estas situaciones pero siempre busqué
alternativas, recogiendo la toalla luego de reponer fuerzas en el diálogo
acogedor con otras mamás amigas.
Cuando nuestros hijos nos enfrentan es porque están midiendo sus
fuerzas con las nuestras y si nos dejamos vencer ninguno gana, los dos
perdemos, porque les vamos mostrando una imagen triste de nuestro rol de
padres.
Comencemos con un diálogo inquisitivo que los lleve a pensar por qué
llegaron a esta situación, a hacerse cargo de sus acciones, a comenzar a
madurar ya que sin cuestionarse no hay crecimiento.
Cuando adquieran la madurez
suficiente podrán elegir otro modo de vida y, seguramente, si eligen una forma
diferente a la nuestra lo harán adquiriendo independencia desde lo económico.
Mientras tanto pongamos la casa en orden estableciendo pautas claras, ejerciendo
nuestra adultez y brindándoles el cuidado necesario desde los límites.
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